miércoles, 18 de marzo de 2009

LUIS INFANTI (2008): Danos hoy el agua de cada día.
Por Repu Herrero.
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Luis Infanti de la Mora (Udine, Italia, 1954), Obispo Vicario Apostólico de Aysén (Chile), establece el 1 de septiembre de 2008 como simbólica fecha de redacción final de su carta pastoral “Danos hoy el agua de cada día” (Documento de la Conferencia Episcopal de Chile, Diócesis Aysén, 26 de agosto de 2008), la primera que escribe en el ejercicio de su cargo.
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Mediante ella busca compartir uno de los aprendizajes que le ha dejado su labor en la exuberante Patagonia Norte: la constatación de que todos los seres (vivos e inanimados, humanos y naturaleza) tienden por propio impulso a intervincularse de modo armonioso.
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Empero, comprendiendo que esa equilibrada interdependencia es en demasía frágil, el autor se esfuerza por hacer visibles los peligros que para ella están implícitos en la privatización y/o dilapidación de cualquiera de sus componentes, procesos que en todo el mundo llevan a cabo diversas transnacionales, especialmente en el último tiempo en relación al agua. Intentando acapararla en la máxima medida posible, tales empresas han venido actuando de un modo cada vez más agresivo en el sur de nuestro país, amenazando con desquiciar, quizá de manera irreversible, el ecosistema regional.
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La esperanza del obispo es que sus lectores, prioritariamente los cristianos, acepten su apremiante invitación a sacudirse la indiferencia y desinformación en que han sido mantenidos por esas compañías (y por quienes ellas han logrado cooptar en las esferas industriales, académicas, militares y políticas de nuestro país), para convertirse en resueltos defensores y promotores del medio ambiente. Sólo de esta manera es factible ofrecer un mundo vivible a los seres humanos del futuro inmediato.
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Buscando favorecer la coordinación y proyección de las iniciativas de diferente tipo que incluye la asunción de dicho rol, en su texto ofrece una informada reflexión ética y espiritual, siguiendo los lineamientos centrales de una aún algo subterránea corriente ecológica existente al interior de la Iglesia Católica. Con afán pedagógico e ilustrador divide su carta pastoral en tres capítulos, denominándolos según el comportamiento que espera suscitar en los destinatarios.
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El capítulo inaugural, llamado “Ver”, procura, entonces, que ellos observen, noten, se percaten, etc. que la Patagonia es un irreemplazable miembro del cuerpo Tierra, de importancia sistémica comparable a la del Amazonas. Ella constituye la segunda reserva mundial de agua dulce y una significativa fuente de biodiversidad, datos que permiten vislumbrar la tragedia planetaria que conllevaría su devastación.
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Para comprensible alarma de la generalidad de los ambientalistas, dicha devastación se encuentra en plena marcha, con el agravante de que se efectúa al alero de la legalidad vigente en Chile, favorecida además, lo reitera Infanti, por la apatía y desorientación en que se mantiene deliberadamente a gran parte de nuestros compatriotas.
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Si bien la totalidad de los recursos naturales son importantes, es evidente la centralidad que para la vida ocupa el agua. Téngase presente que de la existente en el planeta, sólo el 2.4% es dulce, es decir, apropiada para ser consumida por la inmensa mayoría de los seres vivos (entre ellos el hombre). De ese exiguo porcentaje “el 77% es hielo, condensado en los glaciares y en los Polos, y el resto es líquido presente en el agua superficial el 0,04% (ríos, lagos,…), y agua subterránea el 22% (capas subterráneas).” (p. 21)
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Esa extrema escasez del agua apta para el consumo humano bastaría para justificar normativas y providencias tendientes a garantizar su óptima, colectiva, equitativa y sustentable utilización; un bien tan limitado como indispensable, lógicamente, debería ser responsabilidad y preocupación de todo el corpus social.
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Leonardo Boff, en la presentación de la carta pastoral.
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Para vergüenza nuestra, la Constitución Política de 1980, específicamente el Código de Aguas, DFL Nº 1.122 de 1981, contrariando la tradición chilena, otorgó a particulares el derecho a adueñarse de las aguas existentes en el país en forma gratuita y a perpetuidad, sin exigencia alguna, sólo por pedirlo, aunque no lo necesitasen en absoluto.
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A su vez, disposiciones legales complementarias permitieron privatizar la distribución y la gestión del agua, sin que el Estado pudiese ya intervenir para solucionar eventuales irregularidades al respecto.
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Los beneficiados con esos procesos privatizadores fueron, por supuesto, personeros de la Dictadura, pero también del gobierno de Aylwin. Para el resto de los chilenos lo anterior únicamente implicó ―y siguen implicando― abusivas alzas en las tarifas del agua.
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La mercantilización de ese elemento pronto interesó a poderosas multinacionales. Ellas, con sorprendente facilidad, la han ido comprando a sus “patriotas” detentadores, al punto que hoy el 80% a nivel nacional ―y el 96% de las aguas de Aysén― pertenece a una organización: ENDESA-España. La grave amenaza que pende sobre nuestra soberanía es fácil de intuir.
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Ese acaparamiento lo han hecho buscando abastecerse del insumo indispensable para sus en extremo rentables emprendimientos. Así, en aquel referido al agua embotellada, Nestlé y Coca-Cola desde hace décadas vienen adquiriendo a muy bajo costo (prácticamente cero en Chile) aquella disponible en los países subdesarrollados, para revenderla luego como “agua mineral”, a un precio varias miles de veces mayor, en el mercado internacional.
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Sustraen de esa forma el líquido necesario para la producción de alimentos y el uso doméstico, encareciéndolo todo, contribuyendo a menoscabar aún más los ya bajos índices de salud y nutrición existentes en las naciones a las cuales han “favorecido” con sus inversiones.
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Conviene indicar que esas empresas últimamente han estado implementando un negocio aún más inmoral, de ser posible tal cosa. En efecto, han vuelto a incentivar el cultivo de plantas alimenticias, pero para utilizarlas en la generación de los llamados biocombustibles: etanol (a partir de trigo, avena, maíz, remolacha) y biodiesel (con maravilla, raps). “Llenar un tanque de gasolina de un auto [utilizando etanol] requiere la producción de una cantidad de maíz que podría alimentar a un niño durante un año (...) Frente al grave problema del hambre en amplios sectores de la humanidad, es muy cuestionable éticamente que se usen tierras y aguas para producir alimentos para uso energético y no para alimentar a las personas, sobre todo si consideramos que hay varias otras posibilidades para la producción energética.” (pp. 22-23)
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No obstante, el negocio más lucrativo ―y uno de los más peligrosos para la humanidad dada la mencionada relevancia ecosistémica que tienen nuestras XI y XII regiones― sigue siendo el de la hidroelectricidad. HydroAysén (España-Italia) y Xstrata Copper (Suiza), las compañías emblemáticas al respecto, insisten en que mediante los cinco diques que, por todos los medios, pretenden erigir en la Patagonia Norte ayudarán a solucionar las innegables mayores necesidades energéticas del país.
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Frente a ese machacante discurso de las multinacionales, Infanti quiere que el lector tome conciencia de que la electricidad producida por ellas fundamentalmente beneficiará a las mineras que están operando en nuestro norte, y sólo secundariamente al resto de la nación. Ello explica por qué sus cinco represas exigen perentoriamente la construcción de una gigantesca línea de torres de distribución ―en gran medida a costa del erario fiscal, aunque los beneficios queden, a la larga, en manos de los “inversionistas” extranjeros―, línea que iría desde Aysén hasta Santiago, desquiciando en su trayecto planos reguladores, ecosistemas locales, comunidades indígenas, parques y reservas nacionales. En Santiago la electricidad ingresaría al Sistema Interconectado Central, fluyendo a través suyo hasta la III región.
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El obispo no lo afirma, pero tan expedita coordinación entre empresas que actúan en sendos extremos del territorio no puede sino despertar la sospecha de que ellas han firmado alguna especie de pacto en aras de saquear de la forma más rápida, impune e integral al país.
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Saqueo que, además de empobrecernos, terminaría por destruir nuestra todavía rica biodiversidad. Ocurre que la construcción de tales represas implica colocar cinco grandes espejos de agua en la Patagonia, los cuales alterarán sensiblemente el milenario régimen de temperatura y luz solar existente en esa zona. Ha de agregarse que los extensos cables de distribución generarán en torno suyo un intenso campo electromagnético, de insospechados efectos sobre los seres vivos (humanos, animales, vegetales).
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Por contrapartida, los lectores deberían percatarse que hay muchos otros modos de satisfacer nuestras objetivas necesidades de energía. Es intencionalmente falso sostener que la única solución para nosotros sea la hidroelectricidad. Al contrario, el Estado puede ―y debe― implementar un plan integral de producción, distribución y consumo de Energías Renovables No Convencionales (ERNC): solar, eólica, geotérmica, mareomotriz, biomásica, hidráulica... Las ERNC tienen escaso potencial de impacto ecológico y, a diferencia de las energías hidroeléctrica y nuclear ―alternativa que hace pocos años también se insinuó para ser implementada en la Patagonia―, resultan ser económicas y democráticas (por ser difícilmente acaparables o monopolizables).
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Obispo Luis Infanti de la Mora.
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El segundo capítulo del texto se denomina “Juzgar”. Ya que todo juicio se hace a partir de determinados supuestos filosóficos, aquí el autor expresamente escribe como católico ecuménico. Para él, el dueño amoroso y generoso de toda la creación es, eternamente, Dios; numerosos pasajes bíblicos celebran el noble señorío que Él ejerce a perpetuidad sobre todas las criaturas ―sus criaturas―, siempre para beneficio, salud y felicidad de estas últimas.
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Los humanos, animados a ello por Dios mismo, podemos tomarle como modelo e ir dando carácter moral a las maneras en que nos relacionamos entre nosotros y con el resto del universo. Es cierto que, dado lo inminente que se ha vuelto el colapso ambiental, urge dictar y hacer cumplir leyes que salvaguarden la naturaleza y aseguren el racional goce igualitario de ella. Sin embargo, lo ideal para el sacerdote es que nos animemos a dar curso a una ética de la responsabilidad que surja de la propia intimidad e individualidad, de nuestro espíritu, que nos lleve a servir inteligentemente al resto de la creación, sin pretender apropiarnos o abusar de nada ni de nadie.
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Tal sería la forma correcta de ejercer el elevado papel que Dios nos ha ofrecido: ser co-creadores o continuadores de su Obra, sabiendo que somos temporales invitados (aunque invitados de honor) en esta hermosa mansión Suya, el azul planeta Tierra (Levítico 25.23).
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Lo dicho constituye el trasfondo de las afirmaciones más políticas de este alto dignatario de la Iglesia Católica. De acuerdo a Infanti, el sistema capitalista imperante es esencialmente anti-ético y contrario a la buena vida por serle inherente la insensata pretensión ―con sus consecuentes, nefastas y malsanas prácticas concretas― de que es legítimo adueñarse de la naturaleza, de las personas y de las comunidades, para lucrar a costa de las tres, teniendo como únicos frenos criterios meramente técnicos de eficiencia.
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Descartando, por cierto, la vía armada, el obispo hace un apasionado llamado a que, mediante recursos no violentos, hagamos nuestros mejores esfuerzos para frenar al capitalismo y así contribuir a preservar la vida ―incluida la de los capitalistas―. Fundamentalmente, según él, debe incrementarse la participación informada de la población, invitándose a todos a generar una nueva sociedad. “Este sistema económico pareciera «intocable», sin embargo la población consciente y organizada puede impedir abusos de poder y cambiar políticas perjudiciales. Ejemplo de ello, referente al agua, ha sido el pueblo de Uruguay que ha exigido definir por ley que «el agua es un bien público, derecho de todos, y no puede ser comercializada».” (p. 56)
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Es hora de decir basta a la injusta apropiación de recursos que han de estar al servicio de todos. Pero también es momento de superar la tendencia a apartarnos del resto del universo. Hemos de tomar conciencia de nuestra ineludible hermandad y solidaridad ―para bien y para mal― con la totalidad del cosmos. “Es un camino de salvación, pues el ser humano no puede salvarse sin la creación, ni la creación puede salvarse sin la humanidad.” (p. 71)
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Hemos de asumir una actitud vigilante y proactiva, pero también hospitalaria y acogedora, una que “se identifica más con la sensibilidad femenina de relacionarse, que expresa delicadeza, respeto, cariño, donación, fecundidad. Es esto la expresión de un Dios de Amor, misericordioso, que vive en la comunión de personas fecundas, Padre, Hijo y Espíritu Santo, y se dona. Una fecundidad que nace del amor y engendra más amor y comunión (...) El cristianismo ve expresada esta genialidad misteriosa y tan real, también en la Virgen María, mujer fecunda, amorosa, relacionante, comunional, cual Madre Tierra fecunda de Dios.” (p. 72)
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En cuanto a lo ambiental, Infanti recuerda que los tres últimos papas ―incluido el actual― han hecho enérgicos llamados a corregir nuestra forma de vincularnos con la naturaleza y a efectuar una verdadera “conversión ecológica”, gracias a la cual no sólo protegeríamos nuestro, hasta ahora, único hogar, sino que, por añadidura, mejoraríamos la calidad de vida de todos, especialmente de los más pobres.
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Magisterialmente invita, pues, a dar el mayor realce al así llamado “Día de la Creación”, propuesto para ser celebrado el 1 de septiembre de cada año por el Consejo Ecuménico de las Iglesias, en base a una iniciativa semejante implementada desde 2006 por la Conferencia Episcopal Italiana (“Jornada para la Salvaguarda de la Creación”).
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Llegamos al capítulo final, “Actuar”, donde se incluyen numerosas y variadas actividades posibles de ser realizadas a distintos niveles (personal-familiar, comunitario, eclesial, político, etc.), escritas “como «lluvia de ideas», a manera de sugerencias y ejemplos, pero la intención es que cada persona, familia, comunidad, grupo, institución, movimiento,... acuerde y defina acciones a seguir, según sus capacidades y posibilidades, y sobre todo según su realidad, coordinándose con instancias más globales.” (p. 77)
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Dentro de esas propuestas, ocupan un lugar central y coordinador aquellas tendientes a “Impulsar la nacionalización del agua (la No Privatización)” (p. 78), “Impulsar un cambio de leyes ambientales y del agua. (...) para proteger el agua frente a monopolios y mercantilización [e] Impulsar la diversificación energética.” (p. 80)
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Infanti cierra su movilizadora carta pastoral con la oportuna advertencia, dada la magnitud de los desafíos a enfrentar, y la enorme cantidad de información e intereses que han de sopesarse a la hora de resolvernos a hacer algo, de que nuestras reflexiones y acciones serán más eficientes si se efectúan sustentadas en una activa vida de oración, entendiendo ésta como la escucha receptiva (comunitaria e individual) de la Palabra de Dios, y la sabia, pronta y bien predispuesta respuesta a esa Palabra. Siempre ha de tenerse presente que la Fe es la energía más limpia que existe y “que produce abundantes frutos de vida y comunión. Una energía que viene de lo Alto y que espera una generosa y entusiasta acogida.” (p. 74)
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Santiago, 18 de marzo de 2009.
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